El Aspense Fr. Francisco de los Reyes, Primer Obispo de Sonora, Sinaloa y las Californias (Mexico)

El Aspense Antonio Reyes Carrasco o Antonio de los Reyes, como se le conocía en América, nació en Aspe -Alicante- el 11 de septiembre de 1729, Consagrado como el Primer Obispo de Sonora, Sinaloa y las Californias en México, el 15 de septiembre de 1782, tomó la posesión el 1 de mayo de 1783. Residió en el Real de la Concepción de los Álamos, donde murió el 6 de marzo de 1787. Está enterrado en el Altar Mayor de la parroquia de la Purisima Concepción de la ciudad de Álamos, Sonora -la imagen de esta iglesia sirve de cabecera a este blog-.

Sus padres fueron Don Antonio Reyes Bayle tambien nacido en Aspe y su madre Doña Josefa Maria Carrasco, natural del cercano pueblo de Monforte del Cid.

A los doce años, entró en el colegio de los Franciscanos en Gandía y a los 17 tomó el hábito franciscano en el convento de San Ginés de la Jara en Cartagena. En 1756 fue nombrado superior del colegio de novicios de Cehegín y en 1762 fue destinado a las misiones franciscanas de Sonora, Texas y Nuevo Santander llegando en 1765 al convento de Santa Cruz de Querétaro desde donde, después de una orientación in situ, se le destinó, con otros catorce frailes, a las misiones del noroeste de la Nueva España que se extendían desde Sinaloa a las tierras incógnitas del norte continental. En 1767, con la expulsión de los jesuitas de los dominios españoles por parte de Carlos III, las misiones del noreste de la Nueva España que San Francisco de Borja había conseguido para ellos en el siglo XVI, quedaron abandonadas y fueron reasignadas en su mayoría a los franciscanos por José de Gálvez, Visitador General en la Nueva España y responsable de llevar a cabo en dicho virreinato todas las reformas administrativas, políticas y económicas propugnadas por Carlos III y sus ministros ilustrados. A esos lares llegó el padre de los Reyes en 1768, y entre el 6 de junio de ese año y el 27 de enero de 1769, escribió nueve cartas dirigidas al gobernador don Juan Pineda exponiéndole de una manera crítica y en el espíritu reformista de la época, los problemas, carencias y miserias de la población indígena. Una vez en su destino, pronto fue nombrado visitador y muy al estilo del Siglo de las Luces, escribió sus ideas en dos informes, uno el día 20 de abril de 1772, «Manifiesto estado de las Provincias de Sonora», y otro con fecha, 6 de julio del mismo año, «Noticias del estado actual de las Misiones de la Gobernación de Sonora» que presentó a sus superiores.

Es en estos escritos donde podemos darnos cuenta de lo avanzado del pensamiento de este clérigo, hijo claro de la Ilustración. Siguiendo los pasos de Montesinos, de Bartolomé de las Casas y de otros detractores tempranos de la acción depredadora de los españoles en las colonias, el Padre de los Reyes, con una clarividencia propia del siglo de las luces y de una conciencia limpia sobre cómo llevar a cabo la evangelización y la organización social, económica y política de las misiones, a él y a sus hermanos de orden encomendadas, trató de aplicar métodos nuevos que fueran eficaces en su ministerio religioso y justos en el trato con la población indígena. Su labor apostólica tenía también el componente temporal de toda labor religiosa y en este sentido el padre de los Reyes trató por todos los medios de proteger a los indios del poder civil con quien, como el padre de las Casas en el siglo XVI, se vio involucrado en disputas múltiples sobre todo a la hora de tomar posesión en Sonora de las misiones dejadas por los jesuitas y que habían quedado en interinato durante algún tiempo en manos de comisarios civiles. También tuvo oposición por parte de las autoridades civiles a la hora de poner en práctica sus medidas redentoras en relación a la población indígena como al prohibir la obligación de que los indígenas tuvieran que hacer trabajos forzados públicos y particulares sin remuneración alguna, o cuando prohibió la venta y fabricación de bebidas embriagantes.

Fue el precursor de la educación pública en el Estado, pues cuando llegó a tierras sonorenses no existía ninguna escuela y durante los pocos años que duró su gestión fundó siete escuelas primarias en distintos lugares y dos cátedras de gramática castellana y latina, una en Arizpe y otra en Álamos donde, en 1787, murió.


OTROS ASPENSES, FAMILIARES DE FR. ANTONIO DE LOS REYES, LLEGAN A AMERICA.




Durante su estancia en España, fue nombrado obispo de Sonora, Sinaloa y las Californias, hecho éste muy significativo en su biografía religiosa y personal.

Aprovechando su presencia en España, animó que lo acompañaran a la Nueva España, tres aspenses, sus sobrinos José Almada Reyes de 22 años de edad y ordenado sacerdote y Antonio Almada Reyes de 21 años de edad e ingeniero de minas y patriarca-fundador de la prominente y extensa familia Almada en Álamos (Sonora), estos dos aspenses eran hijos de su hermana Antonia Reyes Caparrón y Josef Almada Galipienso. El tercer aspense que se asienta en America fue su tambien sobrino el Teniente Antonio Reyes Espinosa de 21 años de edad y militar de carrera e hijo de su hermano Vicente Reyes Carrasco e Isabel Maria Espinosa.

El 20 de marzo de 1782 el obispo De los Reyes, acompañado por sus tres sobrinos, y un séquito de misioneros, zarpó de Málaga rumbo a su nueva encomienda pastoral.

Podemos observar en la fotografía del Expediente original de información y licencia de pasajeros a Indias de personas al servicio de fray Antonio de los Reyes, obispo de Sonora fechado en Cadiz el 18 de marzo de 1782:

- José Almada y Reyes, clérigo de órdenes menores, natural de Aspe
- Matías Fernández Gallardo, paje, natural de Macharaviaya
- Antonio Almada y Reyes, mayordomo, natural de Aspe
- Antonio de los Reyes, secretario, natural de Aspe
- Rafael de Navas, criado, natural de Vález Málaga
- Juan José Flores, criado, natural del Puerto de Santa María
- Andrés Díaz de Noriega, criado, natural de Cabezón de la Sal.

Una vez en la Ciudad de México, fue consagrado obispo de Sonora, Sinaloa y las Californias en la parroquia de Tacubaya el 15 de Septiembre de 1782 por al Arzobispo de México Alonso Núñez de Haro y Peralta y unos días después fue recibido por el cuadragésimo Virrey de la Nueva España, General Martín de Mayorga.